A la hora de describir el show que nos brindó Joel Maripil en la «gloriosa unidad de Geriatría» de Casa de Salud, podríamos irnos por muchas tangentes: está la estrictamente musical, donde tenemos la chance de hablar de un espectáculo que cumplió con creces el sentimiento que anhelaba -y a la vez expresaba- el público. No es antojadizo decirlo, entre otras expresiones de aliento, ellxs coreaban estribillos completos en mapudungún, cerca de la medianoche.
Por otro lado, podríamos quedarnos con el -riquísimo- ingrediente verbal de su presentación, donde más allá de los ritos típicos de un show musical (es decir, presentar las canciones, la banda o el «tira y afloja del bis»), Joel Maripil eligió el camino de la conversación. Largo y tendido. Sin complejos. El tiempo no apremiaba, y el público respetó. O más que eso, correspondió: anécdotas, reflexiones sociales y una corriente de la conciencia que siempre se agradece, fueron los componentes de una presentación que se hizo corta y que mantuvo cautivo al público de CDS, de principio a fin.
Nota del autor
A modo personal, siento que siempre se hará corta una presentación donde podemos compartir espacio y escucha horizontal con un referente de la difusión de la cultura ancestral a través del canto y la prosa. ¿Escucha horizontal? Tuve el gusto y el honor de escuchar diálogos completos en mapudungún entre Maripil y parte del público. En eso estoy al debe, por personalidad y por capacidades linguísticas. Pero el honor de escuchar lo tuve. Lo tuvimos. Vibramos, nos emocionamos y aclamamos.
La raíz ancestral pero, por sobre todo, la honestidad de un artista como Joel Maripil rompió, por una hora y algo, las barreras que los idiomas y las naciones nos han impuesto. Escuchar nos curó, aunque fuese por un ratito. De verdad, gracias.
Aún hay esperanza, muchachxs. La cultura no está muerta.